En los últimos 25 años he tenido el privilegio de encontrar muchos atletas olímpicos y nadadores famosos. Cuando nos escribimos, o nos reunimos y vemos hacia atrás, hablamos raramente de las competencias o de los records. En lugar de esto, siempre terminamos hablando y comparando el tipo de entrenamiento que hacíamos. Soñábamos todos con ganar las Olimpiadas, romper un record del mundo, o conseguir un gran contrato. Pero, al fin de cuenta, la cosa que recordamos más — y de lo cual estamos orgullosos– es del entrenamiento.
¿Por qué la rutina diaria del dolor, del sacrificio, y de las presiones mentales nos marcaron tan fuertemente? ¿Por qué recordamos todo ESTO… y no la fama y la gloria pública que viene con el éxito? Pienso que es porque el entrenamiento… la preparación… era una cosa muy privada. Nos dio una manera, cada día, de probarnos a nosotros mismos — no contra nuestros competidores o el mundo, sino contra nosotros mismos. Pasamos o fracasamos, y la manera de evaluarnos o calificarnos era puramente interna y personal. Y cuanto más fuerte era el entrenamiento, cuanto más se parecía a algo que NUNCA te imaginaste que pudieras hacer, mayor era el sentido del logro al final del día. Podemos haber maldecido secretamente a nuestros entrenadores… pero también dijimos secretamente, “Danos más.”
Las memorias de los entrenamientos se construyen en el día menos probable… los días en que menos esperas que algo vaya a suceder… los días en que te sientes el peor. Las memorias que tienes adentro para el resto de tu vida vienen generalmente de los días en que es tanto el dolor que estás llorando literalmente en tus goggles. Es en el peor día, el día que SABES que no puedes dar otra brazada, el día que buscas adentro de tu cabeza la excusa para darle a tu entrenador, pero por una razón haces la brazada siguiente y sigues adelante. Las memorias suceden en los días que miras adentro de ti, oyes el coro de excusas, y bloqueas todos estos pensamientos, eligiendo en lugar mirar al otro lado, concentrándote en la pared, o en el nadador de al lado, aislando el dolor de tu mente, y logrando seguir. Las memorias – y los grandes pasos hacia adelante — suceden los días cuando apenas puedes levantar tus brazos del agua, o sacar tu cuerpo de la piscina al final de la práctica. Las memorias llegan los días cuando se acalambran tus piernas en cada pared, tragas agua EXACTAMENTE en el peor momento, y de alguna manera estás echándole cuenta cómo vas a poder terminar. Las memorias nacen de los días en que te sientes demasiado cansado o enfermo para estar en la piscina, pero vas de todos modos y terminas todo lo que el entrenador puede pedirte y exigirte… sabiendo solamente TÚ qué tan duro fue.
ESOS son los días donde la grandeza se construye. Cuando los grandes nadadores celebran sus victorias, verán los puños levantados, las sonrisas enormes, y a veces lágrimas. No solamente son sentimiento de felicidades, pero también un sentido ENORME de alivio al saber que aguantaron y terminaron con la cabeza alta esos días difíciles y duros. Sin esos días pesados, este buen día NUNCA hubiera llegado. Sin ese dolor, esa agonía, esa tristeza, nunca hubieran vivido esa alegría de haber ido hasta el final, de cumplir. Sin pasar por estas cosas que nunca pensaron que pudieran hacer, en esos días que pensaban que no lo pudieran lograr, ESTE día de la victoria no hubiera sucedido.
En todos mis años en el deporte, he encontrado UNA COSA que es el enemigo más grande de la grandeza atlética (y por “grandeza” significo alcanzar su potencial personal). Esa COSA no es una pobre técnica, tampoco son los pobres hábitos en el entrenamiento, ni el estar mal entrenado, ni la dieta, ni la carencia de oportunidad, etc., etc., etc. La ÚNICA COSA que detiene a los atletas es… la auto compasión.
Sentir piedad en el entrenamiento es la cosa MÁS FÁCIL del mundo. Todos hemos estado allí. Es la respuesta instintiva del cuerpo para decirte “para.” La mente ayuda al cuerpo al decirte “DUELE,” “falta oxígeno,” o “estoy cansadísimo.” Ésta es la razón por la cual no hay MÁS grandes atletas… el instinto humano y la realidad física los aleja de las experiencias dolorosas. Como atletas, sin embargo, nosotros NECESITAMOS superar esos instintos para alcanzar la grandeza.
Mira alrededor de ti, lee las noticias, DESCUBRE lo que el ser humano puede hacer. Siendo el loco que soy, la muerte de James Kim me marcó profundamente recientemente. Mientras los que entre nosotros frecuentan las páginas de Internet como NET.COM han visto sus reportes, otros solamente se enteraron recientemente de James con los acontecimientos trágicos de hace poco. James es el padre al que se le paró el carro en los caminos nevados de Oregon. Caminó casi 13 millas (20 km), en un círculo enorme, a través de corrientes heladas, atravesando montañas y bosques, para hacer lo que pudiera para salvar a su familia. Sus esfuerzos han sido descritos por los salvadores de la familia como “sobre humanos.”
La próxima vez que estés entrenando, y te pidan algo que piensas que no vas a poder hacer, tus instintos comenzarán INMEDIATAMENTE a darte excusas para no hacerlo o, para ni siquiera intentarlo. Antes de que te des por vencido — y antes de que te quejes y digas generalmente, “Aaaaaaaaaahh, entrenador,” decide en lugar lanzarte en el desafío. Ataca. No permitas que los pretextos, o la excusa entre a tu mente, porque podemos encontrar TODAS LAS razones y pretextos para no hacer algo que no queremos hacer. Es solamente esos selectos y pocos que luchan contra su mente y las razones o pretextos de no hacer las cosas aparentemente imposibles… quienes alcanzan la grandeza. En veinte años, podrás o hablar del que hizo todo (y más) de lo que le pedían en los entrenamientos…. o puedes SER ese loco, compartiendo memorias de entrenamientos con sus otros compañeros.
TE PIDO que lo intentes. Prometo, encontrarás algo del otro lado que nunca sabías que estuviera allí. No hay mayor sentido de ir hasta el final que haciendo algo que no pensaste que pudieras hacer — especialmente cuando NO QUERÍAS HACERLO. No hay mayor victoria que el orgullo de ir hasta el final de algo que empezaste.
Con eso dicho, algunos de Ustedes me han escrito y preguntado cuándo iba a hablar de MI entrenamiento. Así pues, pondré hoy una de mis historias preferidas aquí:
Entrenar con Denny Pursley fue una brutal experiencia para mí. Recuerdo a mi madre pedirme un día a qué se parecía entrenar con él. Le dije “no estoy absolutamente seguro cómo nos conoce tan bien. Parece que cada largo implica un cierto tipo de dolor. Cuando estamos calentando, realmente todavía tengo la impresión que estamos nadando el final del entrenamiento anterior, y APENAS cuando comienzo a sentirme bien… las cosas duras empiezan de nuevo.”
Mientras nuestro set estándar para los pechistas era 10 x 400s (curso largo) saliendo a 6:00, descendiendo 1-5 y el quinto debía ser debajo de 5:20, mi día más grandioso era lograr un set de libre. Un set típico de Navidad de Denny era 20 x 500 (curso largo) saliendo a 6:00. Esto significaba que tenía que sostener debajo de 1:12s por cien mi paso en el estilo libre en curso largo si quería tener ALGO de descanso antes de seguir con el otro 500– algo MUY fuerte para un pechista que era dotado de un estilo libre bastante torpe, como si cojeara. Recuerdo lograrlo hasta el número 11. Cuando salí de mi primera vuelta de campana, en mi primera brazada, mi mano golpeó la mano de Danny Neimer (es gran nadador, a propósito). No acabé de golpearla, cuando mi pulgar se clavó en la parte posterior de su mano. Al haberme roto la mano dos veces previamente, conozco bien esa sensación… así que di la vuelta rápidamente… y con un brazo de regreso a la pared.
El “flujo” de 40 cuerpos nadando estaba ahora roto, y Denny, que estaba parado a la mitad de la alberca, vio rápidamente mi forma coja de regresar a la pared. Todo lo que oí fue su terrible voz, después lo vi venir CORRIENDO al extremo de la alberca para ver que me pasaba. Salí del agua, y él estaba ya allí, preguntándome qué me sucedía. Cuando le dije, rápidamente corrió a la sala de material y regresó con una cinta adhesiva. Comenzó rápidamente a enrollarla alrededor de mi pulgar y mano, hasta que mi pulgar fuera totalmente asegurado al lado de mi mano. Con eso hecho… estas palabras salieron de su boca, “adentro y sigue.”
Nunca le di un segundo pensamiento a lo que me decía. Era mi entrenador, y (sin agregar ningún pensamiento) hacía lo que él me había dicho de hacer. Siempre he tenido fe en mis entrenadores, y he escuchado lo que me decían de hacer. Ahora cuando lo pienso, yo me hubiera sentado afuera de la alberca. Pero gracias a Denny, salté adentro nuevamente, habiendo faltado solamente 100 metros, y pude acabar el set.
Recuerdo que entrenaba en una sesión de entrenamiento alrededor de 13.000 metros con el calentamiento y el afloje…lo que no hubiera sido tan terrible si hubiera sido la única práctica del día. Sin embargo, parece que recuerdo que también nadaba otra vez en la tarde, otra sesión bastante dura, también. O… si AHORA digo… parece que recuerdo la sesión de la tarde como que era bastante GRANDIOSA también. Gracias, Denny.