En una ocasión tuve la oportunidad de dirigir un grupo de escolares cuyas edades oscilaban entre los 8 y los 10 años, estaban iniciándose en el mundo de la natación; eran de una clase social poco favorecida donde las probabilidades para continuar una carrera deportiva eran pocas. Fue una de las mejores experiencias de mi vida; su nivel de motivación era tan alto que resultaba un placer dirigirlos. Este nivel de motivación hacia que el trabajo propuesto desde el principio se hiciera con una intensidad y una concentración muy alta y como resultado al poco tiempo todos dominaban los cuatro estilos con una intensidad horaria semanal relativamente pequeña.
Esa actitud de trabajo la llamo “nadar al límite” se observa en grupos principiantes y se añora en los grupos avanzados.
Uno de los problemas en entrenamiento es estar exigiendo esfuerzo, si el deportista se acostumbra a nadar al límite, a entrenar y obedecer las intensidades que programa el entrenador y se refleja en un grupo que lo emula, todo se vuelve muy fácil, el progreso es evidente y cuando llega la competencia es más sencillo aun repetir el esquema que ha venido trabajando todos los días. Lo difícil es crear esa cultura del esfuerzo.
Ahora, que tengo un grupo competitivo, con alto sentido de sacrificio y trabajo, en otras palabras que nada al límite; he pensado que conservarlo y multiplicarlo es mi responsabilidad. Nosotros como entrenadores podemos construir un grupo de trabajo que nade al límite y no que surjan de forma esporádica, para esos fines sugiero:
Empezar por la actitud del entrenador positiva y alegre desde el inicio del entrenamiento, mostrando disciplina y responsabilidad como profesional.
Mostrar un interés verdadero por cada uno de sus dirigidos, conocerlos, valorarlos como personas, más que como deportistas que puedan brindar buenos resultados.
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Fijar metas para cada uno de los nadadores, hacerles seguimiento y estimular su cumplimiento.
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Fomentar siempre el trabajo bien hecho, colocar ejemplos y ver modelos de superación.
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Planear y programar entrenamientos variados, agradables y exigentes.
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Reconocer los momentos claves de descanso.
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Servir de punto de apoyo, para recomponer las cosas cuando los resultados no son los que todos esperaban.
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Los principios básicos de disciplina se deben implantar por convicción más que por obligación.
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Por último No permitir nunca actitudes negativas, pereza, desánimo y burla para quienes deseen hacer las cosas bien. Hay que tener en cuenta que los malos ejemplos desafortunadamente se contagian más rápido que los buenos.